EL
MUNDO
12
junio 2012
La edad no perdona
María Valerio
Entre
un centenario y un bebé hay muchas diferencias moleculares. La respuesta inmune
o al cáncer sufre peor el paso de los años. La edad distorsiona el epigenoma, que regula qué genes están o no activos.
Si comparásemos el ADN de un centenario y su bisnieto, no hallaríamos pistas suficientes para distinguir cuál es cuál. Sin embargo, las cosas cambian más allá del genoma, en las normas que regulan nuestros genes. Un equipo de investigadores españoles desvela por primera vez las diferencias moleculares que hay entre un anciano y un recién nacido.
Manel Esteller, padre de esta disciplina, suele explicar cuando se le pregunta que el epigenoma es la ortografía que pone orden a nuestro abecedario (el genoma). Es decir, la epigenética es la colección de órdenes químicas que permiten que ciertos genes se 'enciendan' o se 'apaguen'; por ejemplo, para que dos gemelos genéticamente idénticos sufran enfermedades diferentes.
En esta ocasión, y en las páginas de la revista 'Proceedings of the National Academy of Sciences' (PNAS), Esteller y su equipo del Instituto de Investigación Biomédica de Bellvitge (Idibaps), han logrado descifrar por primera vez el epigenoma de un anciano de 103 años, un individuo de edad intermedia y un recién nacido.
Comparando las marcas moleculares entre los tres, los investigadores han podido observar cómo se van produciendo ciertos cambios con la edad que se traducen en un menor porcentaje de regiones del genoma metiladas. Es decir, una persona centenaria ha ido perdiendo numerosos 'interruptores' clave en la regulación de nuestros genes (tanto para 'apagar' procesos peligrosos como para 'encender' barreras protectoras).
El estudio se realizó primero con un varón andaluz de 103 años, un adulto de mediana edad y un recién nacido (estos dos procedentes de Cataluña, no emparentados entre sí) y, posteriormente, sus conclusiones se ratificaron en una muestra más amplia.
Como explica Esteller a ELMUNDO.es, cada uno de nosotros tiene un único genoma y hasta 125 epigenomas (uno para cada tejido o sistema del organismo). En este caso, el estudio se centró en los glóbulos blancos que hay en el torrente sanguíneo (por eso la muestra de los bebés se tomó de su cordón umbilical en el momento de nacer); "aunque las conclusiones son similares a las que hemos visto en el epigenoma de la mucosa oral y del colon y que están pendientes de publicación".
Inmunología y cáncer
Entre otras cosas, explica el investigador catalán, la distorsión que sufre el epigenoma con la edad se traduce en una mayor fragilidad de los cromosomas o la presencia de ciertos genes 'fuera de sitio' (por ejemplo, genes de regulación cerebral en los glóbulos blancos de la sangre). Además, añade, el envejecimiento molecular fue aún más destacado en ciertos sistemas del organismo, como en la respuesta inmunológica, la obesidad y el metabolismo o las vías implicadas en la regulación del cáncer. Por lo que se puede concluir, dice Esteller, "que ciertos órganos y mecanismos sufren peor los efectos de la edad que otros".
De hecho, el siguiente proyecto que abordará su equipo del Idibaps consistirá en descifrar el epigenoma completo del cerebro, "un órgano que sufre de manera destacada los efectos de la neurodegeneración".
Preguntado por las aplicaciones prácticas y repercusiones que puede tener su estudio, Esteller explica que va en una doble línea. "Por un lado, para el desarrollo de test capaces de indicar la edad biológica de una persona; pero también para desarrollar posibles tratamientos antienvejecimiento". De hecho, explica, mientras el genoma es 'inalterable', las ventajas que ofrece el epigenoma es que se puede regular y modular. "Ya hay laboratorios trabajando en el desarrollo de fármacos capaces de modular la metilación; pero, por ejemplo, sabemos que ciertos alimentos como las acelgas o las espinacas son capaces de aumentar la metilación de nuestros genes, combatiendo así los efectos de la edad de manera natural", concluye.