EL
MUNDO
24 enero
2023
Gabriela
Pocoví, doctora en Medicina y Nutricionista: "estamos
enganchados a una vorágine de estrés que nos lleva a vivir inflamados"
Cristina Galafate
Máster en Inmunología
Celular y Molecular, acaba de publicar una guía para combatir la inflamación
crónica. "El estrés moderno, la comida rápida y una vida acelerada alteran
nuestro microbiota", afirma.
"Me siento pesada, como hinchada". "Mi cuerpo
parece de embarazada". "¡Qué inflamado estoy!". Expresiones como
estas son comunes en nuestro día a día. Según Gabriela Pocoví
Gerardino (Venezuela, 9 de marzo de 1988), que
también las ha sentido, hemos normalizado tener digestiones pesadas, cuando no
debería ser así. Esta Doctora en Medicina y Salud Pública por la Universidad de
Granada y Dietista-Nutricionista graduada en la Universidad Central de
Venezuela, además de especialista desde hace una década en inmunonutrición,
es autora de Atención con la inflamación. Guía para combatir la inflamación
crónica y mejorar tu sistema inmune (Ed. Zenith).
Como el estrés, la inflamación es un mecanismo de defensa
necesario que ejerce una respuesta a través del sistema inmune. El problema es
cuando nuestro estilo de vida convierte la inflamación en una constante y
numerosos agentes estresan nuestro cuerpo, provocando el desarrollo de muchas
enfermedades. "La inflamación crónica es un mal moderno", defiende la
Dra. Pocoví. Por eso anima a entender cómo funcionan
cuerpo y mente, tomar medidas clave desde la alimentación y mejorar así nuestra
calidad de vida.
PREGUNTA. ¿Por qué cada vez que comemos se nos hincha la tripa?
RESPUESTA. Es muy común y no debería ser lo normal. Si en cada proceso de
digestión nos sentimos con hinchazón abdominal eso revela que hay un proceso
inflamatorio persistente en nuestras vías digestivas. Pero no siempre es donde
se siente. La inflamación es un proceso que ocurre en nuestras células, lo que
ocurre es que en el sistema digestivo tenemos el microbiota, las bacterias, así
que allí se suelen reflejar los síntomas de inflamación con gases, los
apretones, el estreñimiento o el perfil de intestino irritable.
P. ¿Generan inflamación las emociones? ¿Se sienten en el estómago,
como cuando decimos que se nos agarran los nervios?
R. La ira, la tristeza, la ansiedad, el miedo... Nos generan
inflamación porque también tenemos neuronas en el sistema digestivo. Ahí
sentimos rápidamente todo lo que nos pasa, aunque hay otras personas que no
somatizan o no perciben tanto los síntomas de la inflamación en el sistema
digestivo, sino en otras áreas del cuerpo, y se manifiesta en alergias, dolor
en otras articulaciones...
P. "Si te portas bien, te doy una chocolatina", le decimos
a los niños. Ante una ruptura, nos comemos un cubo de helado. Si sentimos
ansiedad por un examen, atracamos la nevera. Si nos ascienden, convocamos una
comida para celebrarlo. ¿Por qué está tan ligada la comida a las emociones?
R. La comida siempre ha tenido una connotación social y cultural,
además de un componente de placer. Nos aporta confort. En un duelo, carecemos
de placeres. Si en nuestra vida estamos constantemente apagando fuegos, la
comida puede ser un refugio. Desde pequeños, la asociamos con una recompensa y
ese lenguaje se queda en nuestro cuerpo. Hay que ser conscientes de cuándo
comemos por hambre, la necesidad, y cuándo lo hacemos por puro estrés.
P. ¿Hay algún consejo para no atracar la nevera en los malos ratos?
R. Te puedo decir que, si sientes ese impulso, mejor te tomes una
infusión. Pero la realidad es que no se trata de un remedio que pueda durar en
el tiempo. No va a la raíz del problema. Hoy me la tomo y genial, pero puede
que mañana me sienta igual de mal. Lo ideal es utilizar otros recursos de
gestión emocional, como el deporte o la meditación. El atracón nos lleva a una
rueda, porque después podemos sentir culpa, sin llegar a modificar el
comportamiento. Es importante que las malas relaciones con la comida lleven un
trabajo multidisciplinar con otros profesionales de la salud.
P. ¿Se detectan hoy en día más intolerancias debido a los avances de
la medicina moderna o es que nuestra alimentación procesada nos lleva a
desarrollar intolerancias?
R. Antes no escuchábamos eso de intolerancia. ¿Qué está pasando? En
primer lugar, hay mucha confusión. Hay diferencias entre alergia, sensibilidad
e intolerancia. Igual que nuestro sistema inmune puede reaccionar frente al
polen, también puede hacerlo contra algún alimento concreto: marisco,
cacahuete... Pero recientemente ha surgido también la sensibilidad, cuyos
síntomas son más tardíos, y suelen ocurrir unas ocho horas más tarde de la
ingesta. Se tiende a manifestar por la piel, en forma de dermatitis, por
ejemplo, por eso es más difícil detectarlas. Y, por último, están las
intolerancias, cuando nos falta una enzima que nos incapacita poder digerir ese
alimento. En las intolerancias no participa el sistema inmune, sino el
digestivo. Si yo tengo siempre el intestino inflamado y alguna sensibilidad a
un alimento es muy probable que desarrolle una intolerancia. Estos microbiotas
cada vez más desequilibradas desarrollan intolerancias. Además, se trasfieren
de madre a hijo, así que los niños que están naciendo cada vez tienen más
riesgo a las intolerancias. Ya nacen niños con mucha sensibilidad a la lactosa.
Eso precipita que el tema se escuche más.
P. En su libro establece una correlación entre la inflamación y el
estrés. No podemos pretender vivir sin ninguno de los dos. Son necesarios para
la vida. Pero de forma crónica resultan fatales. ¿En qué medida el mundo
moderno es una bomba de relojería para nuestro bienestar?
R. Estamos enganchados a una vorágine de estrés que nos lleva a
vivir inflamados. El estrés moderno, la comida rápida y una vida acelerada es
lo que más altera nuestro microbiota. La clave está en ver qué factores puedes
modificar. Si no lo puedes cambiar tras la revisión, darte cuenta. Yo no puedo
prescribir que dejes tu relación tóxica, pero lo poco que hagas es válido.
Aunque sea dormir mejor. Te pongo un ejemplo fácil: las estaciones son grandes
estresores. Nuestro cuerpo no puede evadirse de ese momento de adaptación a las
nuevas temperaturas, pero es algo concreto en cierto momento. Si tu cuerpo está
bien, se adapta sin grandes problemas. El problema es quedarnos en ese estado
de inflamación de forma perpetua en el tiempo y que nuestro sistema inmune no
tenga esa capacidad de apagar esa inflamación.
P. Dice que el ejercicio físico es un win-win en todos los sentidos. ¿A qué se refiere?
R. Es el mejor antiinflamatorio porque nos va a ayudar a liberar
cortisol, la hormona del estrés crónico. Sobre todo, el ejercicio físico de
fuerza, que hemos hecho desde la época de las cavernas levantando cargas. Sin
embargo, ahora nos pasamos la vida sentados. Es fundamental para estimular el
nervio vago, que regula nuestro microbiota porque va directo a nuestros
intestinos, y tiene un papel en la preservación de la masa muscular y en la
mejora de la insulina, una hormona que nos permite metabolizar los
carbohidratos y también inflamatoria. Si la tenemos alta, tendremos más riesgo
de diabetes. Cada vez que hacemos deporte es un estresor, por lo que el
excesivo tampoco es bueno. Hay que buscar el equilibrio.
P. Otra vez es enero y volvemos a un patrón de dietas crónicas. ¿Por
qué nos empeñamos en buscar milagros si ya sabemos que no funcionan en lugar de
comer mejor?
R. La pregunta más frecuente en mi consulta es: "¿Cuánto tiempo
voy a tardar en quitarme esto?". Y no funciona así. Las soluciones rápidas
nos llevan a la frustración porque no cambian hábitos. Estamos bombardeados por
la industria alimentaria, que nos ofrece productos muy palatables.
Es cierto que el auge de información nos está llevando a tener una mayor
conciencia. El problema es cuando el control sobre la comida se vuelve una
obsesión, donde pensamos todo el día en las porciones [raciones], la cantidad,
lo que tomamos... Es muy tóxico. Lo que realmente te suma no es lo que haces
durante un tiempo, sino en el día a día.
P. A su plato antiinflamatorio, repleto de verduras y hortalizas, a
las que se suma proteínas, almidones como cereales y grasas saludables, se le
puede poner una pega: la inflación. ¿Cómo afecta a la salud?
R. Un kilo de macarrones es más barato que un kilo de pescado de
calidad, esto es una realidad. También es cierto que, si observas la cesta de
la compra de personas sin recursos, están repletas de productos procesados. Al
final, si te pones a sumar todo eso, se va un dinero y no nos estamos
nutriendo. Yo recomiendo priorizar la calidad frente a que sean ecológicos si
hay problemas económicos. Por lo menos, que los alimentos sean nutrientes. Si
vas a un supermercado es muy probable que te antojes de alimentos que no
necesitas ni te ayudan en nada. En un mercado donde solo hay materia prima es
más fácil evitar bollos y zumos que engrosan nuestro presupuesto.
P. ¿Hay que comer cinco veces al día?
R. Cada vez que comemos activamos nuestro metabolismo, así que
numerosos estudios de hace años decían que, si comemos cinco veces al día,
nuestro metabolismo vive más acelerado. La ciencia va cambiando y ninguna
verdad es absoluta. Y antes no teníamos alimentos 24/7, ya sea por guerras o
hambrunas, la gente no se lo podía permitir. A su vez, cada vez que comemos
también estamos generando un proceso inflamatorio. No podemos pretender que
nuestras células se regeneren si no les damos descanso. Hay mucha gente
pendiente de los jugos [zumos] verdes. La mejor terapia detox
es dejar descansar tu cuerpo. Cuando lo escuches, te darás cuenta de que comías
sin hambre, sin la necesidad física, y empezarás a sentirla.
P. El ayuno intermitente tuvo muy mala prensa en un inicio. ¿Es muy
educacional, como el consumo de azúcar?
R. Cuando estás en ayuno, tu azúcar en sangre baja. Cuando tu sangre
se queda sin depósitos de glucosa, acude a los de glucógeno en nuestros
músculos e hígado. Algunas personas que jamás pasan hambre dejan de activar
este mecanismo y sienten dolor de cabeza o se marean. Es un proceso que cuesta,
pero luego se van adaptando. Se puede empezar en 12 horas, luego a 14... Todos
podemos hacer ejercicio en ayunas, pero hay que practicarlo poco a poco.
Acostumbrarse.
P. El que tiene kilos de más quiere ser delgado. El flaco no consigue
aumentar su masa muscular aun comiendo como una bestia. ¿Cambiar nuestro cuerpo
es la eterna lucha?
R. Siempre digo que estar delgado no implica ser saludable. Tú puedes
aumentar tu masa muscular con más proteína y trabajo de fuerza, pero el
problema es forzarlo excediendo tus límites con cargas enormes y dietas híper
proteicas que no van a tener un impacto tan positivo en tu cuerpo. Tanto a la
baja como al alza, hay que tener en cuenta nuestra morfología y no querer
"copiar" el cuerpo de otra persona.
P. ¿Qué opina del cheat meal?
¿Es sano porque permite cierta flexibilidad?
R. Tener días en los que comes muy saludable y un atracón el domingo
no parece demasiado saludable. Quien come fruta y verdura entre semana y espera
a su hamburguesa con ansiedad, ya tiene una especie de control que daña la
relación con la comida. Hay a quien le va bien, pero la flexibilidad es estar a
gusto en el día a día y que cuando te apetezca porque surge lo hagas para
disfrutar, no porque es el día que me toca con el cheat
meal. Así que no soy muy partidaria ni lo prescribo.
P. Siendo la alimentación un condicionante de cómo nos sentimos en
nuestra vida, ¿por qué nadie nos enseña a comer bien?
R. Yo abogo por que haya una asignatura específica e, incluso, por
una educación emocional. Puede que no tenga tanto beneficio económico, pero sí
personal y quizá por eso no se incluye en programas educativos. En mi opinión,
el sistema nos prefiere competitivos que con una buena salud mental. Pero
muchos problemas del intestino se solucionan con buenas herramientas de
Psicología.