EL
MUNDO
7 febrero
2023
Un
año de ayuno intermitente: así es cómo han cambiado mi cuerpo, mi mente y mis
análisis de sangre
Gemma Garcia Marcos
Ni es una dieta adelgazamiento, ni su
valor como herramienta para combatir el envejecimiento está demostrado suficientemente,
ni es apto para todos los públicos, pero, planteado de una forma sensata y con
la supervisión adecuada, sus beneficios son innegables
Arranco este reportaje tras haber 'roto' mi ayuno
intermitente de 12 horas -previo madrugón histórico y paso por el gimnasio para
entrenar durante 45 minutos- con un riquísimo desayuno compuesto por dos huevos
(a veces caen tres) revueltos con aguacate y un café solo (el segundo del día)
que, además de saberme a gloria bendita, me han insuflado la energía, duradera
y sostenible, que mi cuerpo y mi mente necesitan para
enfrentarse a la jornada sin demandarme continuos 'picoteos' de dudosa calidad
nutricional.
Esta 'inspiradora' parrafada que, aunque lo parezca, no está
sacada de uno de los 'sketchs' de Pantomima Full,
describe mi rutina matutina (perdón por la horrorosa rima) habitual (con alguna
variación) durante el último año, periodo en el que, asesorada por el
especialista en nutrición Javier Fernández Ligero, me animé a probar una
'estrategia nutricional' que cuenta entre sus más destacados apóstoles con
celebridades tan esculturales como Dwayne Johnson, Elsa Pataky o Chris Hemsworth e, incluso, con deportistas tan 'top' como Novak
Djokovic (que vincula ese estado de conciencia plena al que le induce el ayuno
con el irrefrenable despertar del instinto cazador propio de un felino que le
empuja a buscar una presa con la que alimentarse).
¿Qué necesidad tenía yo de ello? Probablemente, ninguna y,
desde luego, mi motivación nada tuvo que ver con intentar a emular a esa
pléyade de dioses terrenales que confiesan, en cada entrevista, cómo el ayuno
intermitente cambió sus vidas porque su realidad y la mía (¿la nuestra?) se
parecen como un huevo a una castaña.
Lo hice porque Fernández Ligero -experto en la materia, no 'influencer', ni actor, ni modelo-, me había hablado
profusamente sobre los múltiples y visibles beneficios que, más allá de lo que
ha corroborado la ciencia al respecto hasta el momento, alguien como yo puede
experimentar al practicarlo.
Mi objetivo no era adelgazar (más bien batallo contra todo
lo contrario), si no comprobar si, efectivamente, cambiaba mi composición
corporal, me sentía más fuerte y, sobre todo, mejoraba mi, ya de por sí,
razonablemente buen estado de salud en general.
Así que, bajo supervisión y con un análisis de sangre previo
que confirmó mi 'aptitud', me lancé a 'aventura' de practicar la modalidad de
ayuno intermitente más 'light', la de 12 de horas, con alguna que otra
incursión en la de 16 (las otras ya me parecen tan inalcanzables como
innecesarias e, incluso, peligrosas).
Y digo 'aventura', entre comillas, porque 'aguantar' esas 12
horas sin comer (como mucho se puede tomar un café solo, una infusión o un
caldo y, por supuesto, beber agua), que son las que transcurren entre el
momento en el que ceno y el que desayuno, no se me antoja un reto demasiado
ambicioso, sino el tiempo adecuado que necesita mi organismo para 'resetear' y
arrancar de nuevo a tope de energía.
¿Dónde está entonces el misterio en ese ayuno intermitente de
12 horas? Pues en dos claves muy importantes que Javier Fernández Ligero me dio
antes de iniciarme en el asunto: en cuidar al máximo lo que como, tanto en la
cena como en el desayuno, y en realizar alguna actividad física antes de romper
el ayuno.
Porque el objetivo no es, tal y como se hacía cuando estaba
de moda saltarse alguna comida, dejar de comer para luego pegarnos un atracón
cuando hayan pasado esas 12 horas, sino en elegir los alimentos que mejor le
van a venir a nuestro organismo desde el punto de vista nutricional. Es decir,
en cargarlo de 'carburante de calidad'.
"Aunque, antes de diseñar cualquier plan, lo ideal es
determinar cuál es el objetivo de cada persona, lo más recomendable es romper
el ayuno con 'grasas buenas', con un revuelto de huevos con aguacate, salmón
ahumado o una lata de sardinas o atún, por poner algunos ejemplos. De esta
forma, se van a potenciar todos esos beneficios del ayuno intermitente en
cuanto a la oxidación de grasa, aumento de la energía y mejoría en el control de
las glucemias", explica este nutricionista.
Porque si, como tradicionalmente se ha hecho en el desayuno,
nos lanzamos en plancha a por las galletas, las magdalenas o los cereales, «lo
que vamos hacer es romper esa vigilia con hidratos de carbono, que nos harán
secretar un pico de glucosa en sangre (que nos convertirán en presas del
picoteo continuo para mitigar el bajón posterior)".
En este sentido, es importante recordar que "los
carbohidratos nos brindan una energía instantánea pero poco duradera". En
cambio, "los alimentos grasos (aguacate, pescados azules o aceitunas),
debido a sus características nutricionales y al vaciado gástrico que provocan
(una digestión más lenta), producen una energía más duradera, favoreciendo que
la glucemia (azúcar en sangre) se mantenga constante durante más tiempo".
¿Y qué pasa con la cena? Pues depende de lo que vayamos a
hacer al día siguiente, pero, al igual que en el desayuno, " lo
aconsejable es que hagamos una cena rica en esas grasas buenas con verduras e
introducir, en alguna ocasión, proteínas de pollo, pavo o carne roja (de forma
más eventual)".
Pues todo eso (con alguna pequeña adaptación) es lo que
hice, añadiendo ese 'plus' de oro que aporta entrenar en ayunas que, por
cierto, sí que se me parecía un reto bastante complicado. Así que arranqué de
forma gradual. Con solo un café solo (perdón por la redundancia) en el cuerpo,
comencé a caminar a paso vigoroso a primerísima hora de la mañana (que es la
actividad física más compatible con la vida cotidiana de casi cualquier
persona). Luego, a hacer sesiones cortas, de unos 15 o 20 minutos, de yoga que
alternaba con CaCos (caminar/correr) para,
posteriormente, probar con entrenamientos de fuerza (más algo de movilidad,
remo, etc) en el gimnasio.
Poco a poco, las sensaciones fueron cambiando y de la
'flojerilla' inicial pasé a sentirme mucho mejor que cuando iba a entrenar con
la tripa llena (para ir con ella vacía es necesario levantarse de madrugada y
de eso tampoco hay necesidad). Y, tras el esfuerzo, la recompensa venía en
forma de huevos revueltos, salmón con aguacate o cualquiera de esas delicias
que recomienda Fernández Ligero.
No cabe duda. Un año después de iniciarme en el ayuno
intermitente, aquí llega mi monólogo Pantomina de
nuevo, me levanto más descansada (incluso, con los ojos menos hinchados) y no
solo siento que mis mañanas son mucho mejores (tengo más energía y no tengo que
batallar con la necesidad imperiosa de picotear cada dos por tres porque me
entra un bajón), sino que, aunque no he bajado ni un kilo (ni lo pretendía), sí
que aprecio un notable cambio en mi estructura corporal y la distribución de la
grasa. También he notado una cierta mejora en mi capacidad de concentración
(aunque puede que ésta sea más achacable al ejercicio que al no desayunar).
Lo que dicen mis análisis de sangre
Hasta aquí, mis 'percepciones' pero, como quería ir un poco
más allá en el tema, decidí enviar mis análisis de sangre post ayuno a
Fernández Ligero para que los comparara con los previos y esta fue su
interpretación: "Al comparar uno y otro, no se percibe ningún cambio
significativo en la glucemia, con lo que se desmentiría el mito de que el ayuno
puede hacer caigan en picado los niveles de glucosa en sangre; el ácido úrico,
vinculado con la ingesta de proteínas, se mantuvo también bastante estable pese
a haber reducido la ventana de ingesta de alimentos; el hierro no solo no se
vio afectado, sino que se experimentó una subida de los niveles de
ferritina".
Pero en lo que más hincapié hizo este nutricionista fue en
este punto. "En la primera prueba, la hormona TSH, que marca el estatus
del eje tiroideo, salió con una leve ralentización. Sin embargo, tras un año de
ayuno intermitente con ejercicio sin ingerir alimento y un buen estado de
hidratación (es muy importante beber agua nada más levantarnos), se ha
conseguido mejorar ese marcador y, por lo tanto, activar el metabolismo".
Con toda esa información, unida a los cambios externos e
internos que yo misma ha apreciado, Fernández Ligero no dudó en volver a abogar
por "el ayuno intermitente, supervisado siempre por un profesional, como
una herramienta eficaz para mejorar el control de las glucemias, acelerar el
metabolismo y mejorar la composición corporal sin que eso suponga que sea la
panacea para la pérdida de peso".
Una opinión que comparte Lina Robles, nutricionista del
Hospital Universitario Sanitas La Zarzuela (Madrid). "Es cierto que, según
han apuntado varias investigaciones, el ayuno intermitente no favorece una
pérdida de peso significativa (aunque se pueden bajar un par de kilos) lo que
sí propicia es una pérdida de volumen y el cuerpo cambia muchísimo. ¿Por qué?
Porque, al ayunar, el organismo tira de la grasa que tiene acumulada. El
metabolismo está constantemente quemando grasa y se produce una redistribución
de la grasa que necesita para que los órganos funcionen".
Además, me contó, se sabe que "el ayuno intermitente
mejora sustancialmente los síntomas en pacientes con problemas digestivos
(digestiones lentas, hinchazón abdominal, etc) que no
presentan ningún tipo de intolerancia o alergia. Desaparece la hinchazón y, al
comer, se toleran mucho mejor los alimentos".
También me dio la razón en lo del subidón de energía.
"Es verdad que la gente tiene mucha más energía por las mañanas pero,
partiendo siempre de la premisa de que las comidas anteriores estén bien
planificadas". Algo que, según me confesó, ella misma ha podido constatar:
"Como no creía nada, hice la prueba durante algún tiempo y sí que es
cierto que genera mucho bienestar por la mañana porque, entre otras razones, al
no acostarnos con el estómago muy lleno, favorecemos un descanso más reparador.
Lo que está claro es que el ayuno intermitente funciona muy bien siempre y
cuando las comidas que se realizan durante la ventana de ingesta sean completas.
Una persona que almuerza una túper de ensalada ante el ordenador, porque no
tiene tiempo difícilmente va a poder plantearse hacer ayuno intermitente. Sería
inaguantable".
En cualquier caso, Robles recomienda que, en esto, al igual
que en cualquier otro tema relacionado con la salud, se actúe con sensatez y no
dejándonos llevar por las modas. "Siempre aconsejo consultar a un
especialista cualquier tipo de cambio de dieta. No todo el mundo puede hacer
ayuno intermitente. Depende mucho del estado de salud de cada uno".
Lo que dice la ciencia sobre el ayuno intermitente
Pues todavía poquito, la verdad. Algo, pero poco. Porque,
aunque el bioquímico Valter Longo, bioquímico, lo señale como un pasaporte para
la longevidad y una herramienta en la lucha contra el cáncer, lo cierto es que
no hay suficiente evidencia científica como para asegurar con rotundidad que
así sea.
"En humanos, todavía no hay estudios clínicos que
demuestren una relación directa entre el ayuno y la longevidad. Si existen
estudios epidemiológicos en los que se encuentran asociaciones entre aspectos
del mantenimiento de la salud con ayuno. De igual modo, diversos estudios
clínicos a corto plazo (de hasta 24 meses) sobre diferentes modalidades de
ayuno intermitente sí que están demostrando el efecto positivo de este tipo de
intervenciones en la salud y en asociación con algunas terapias", asegura
Rafael de Cabo, científico español, jefe de la rama de Gerontología
Traslacional del Instituto Nacional sobre el Envejecimiento, una división de
los Institutos Nacionales de la Salud de EE. UU y autor de 'Effects of Intermittent Fasting on Health, Aging,
and Disease'.
Su valor como 'estrategia de adelgazamiento', al parecer, no
es tan determinante como lo pintan. Tal y como se concluye en 'Intermittent fasting: No advantage over conventional weight loss diets' (publicada en 2018),
aunque el ayuno intermitente ayuda a perder peso y promueve la salud, su
eficacia no es superior al de las dietas de restricción calórica
convencionales.
Tres años más tarde, en 'Intermittent
fasting for the prevention of cardiovascular disease', se
concluyó que, a pesar de que "los metaanálisis individuales muestran que
el ayuno intermitente útil para reducir el peso, el índice de masa corporal
(IMC), la circunferencia de la cintura, el colesterol total y la presión
arterial sistólica. Sin embargo, estos cambios parecen ser clínicamente
insignificantes más allá del corto plazo".
Es más, se asegura que "se necesita investigar más para
comprender qué grupos de pacientes se beneficiarían y no se beneficiarían del
ayuno intermitente. Esto incluye a pacientes con diabetes y pacientes con
trastornos alimentarios". En la actualidad, resaltan, "tampoco hay
suficiente evidencia sobre el papel del ayuno intermitente en la prevención primaria
y secundaria de enfermedades cardiovasculares. Sin embargo, esta revisión
respalda su beneficio en la reducción de ciertos factores de riesgo de
enfermedad cardiovascular, aunque la calidad de la evidencia disponible es
baja".
¿Con qué nos quedamos, entonces? Yo lo tengo claro: a mí,
con mis características actuales, estilo de vida, etc., me vale un ayuno
intermitente de 12 horas, incluso de 16 (ir más allá me parece, en mi caso,
absolutamente innecesario). Y no porque Chris o Elsa me digan que ellos les
viene de perlas (porque ni sus vidas, ni sus cuerpos tienen que ver con la mía
o el mío), sino porque me 'resetea', me ayuda a descansar mejor, me sienta bien
y, hasta el momento, me renta. Lo cual no quiere decir lo conciba como una
pócima de eterna juventud, ni mucho menos que me atreva a recomendárselo a
alguien, porque, como dicen los especialistas, no todo el mundo puede, ni debe
practicarlo.
"La vida social se resiente, pero es que estoy en mi
mejor momento física y mentalmente", dicen los chicos de Pantomima Full
sobre el ayuno intermitente. Y, aunque, suene a coña, parece que me han hecho
'un traje a medida'.